Comunidad Bet Hilel

Parshat Ajarei Mot
En torno a aquel día de expiación

El contacto con lo sagrado merece respeto y cierto resguardo. El Sumo Sacerdote vestía ropas especiales en los instantes previos a Iom Kipur –el Día del Perdón- y se preparaba con meditaciones para ingresar por única vez en el año al Kódesh Hakodashim –el Sanctasanctórum, la recamara principal del Templo, donde se creía residía la Presencia Divina. Era su deber ofrecer dos cabras idénticas asignadas azarosamente a D-s como sacrificio del Templo y otra a “Azazel” (una entidad cuya identidad y origen no resultan del todo claros hasta el día de hoy), la cual era llevada al desierto como quien portara las transgresiones de la congregación.

La Mishná enseña que el contacto con lo sagrado es un proceso. En el momento más importante del año, este proceso comenzaba siete días previos a Iom Kipur con la preparación del encuentro sagrado. El Sumo Sacerdote era trasladado desde su casa hacia una celda de consejeros con el fin de instruirlo y preservarlo. Si alguna impureza aparecía e impedía que realice esta tarea, ya tenían otro sacerdote designado en otra celda para ocupar el lugar del titular (Mishná, tratado de Yoma 1:1). Rab Iehuda agrega que incluso le disponían una esposa por sustitución, porque en caso de que algo le ocurriera a su mujer, no podría cumplir con el decreto de “expiar por sí mismo y por su casa” (Vaykrá 16:6). A esto la misma Mishná objeto que en caso de aceptarse el razonamiento de Rab Iehuda, entonces el asunto nunca tendría final, ya que deberían preparar una tercera esposa en caso de que la segunda falleciera y así sucesivamente.

La rebelión fallida contra Roma en el primer siglo llevó a la destrucción del Segundo Templo cambiando el eje de interpretación de lo judío. Sin Templo y bajo el aporte de los rabinos del período de la Mishná, el vínculo con la santidad fue democratizado. En cada lugar donde los judíos se reúnen para rezar, allí erigen un fragmento del Templo de Jerusalén. En cada oración formulada desde el corazón, emerge un sacrificio ofrecido en el Altar. En cada judío comprometido con su identidad, asoma un Sacerdote. Lo que se definía como una tragedia religiosa se convirtió en un triunfo espiritual. En ausencia de Sacerdotes, la responsabilidad derivó en cada creyente. Desde allí, el individuo expía por sí mismo al responder con compromiso. Desde ese entonces, alejamos el concepto de un pueblo con sacerdotes, para instituirnos como un pueblo de sacerdotes.

Así heredamos una carga universal del pasado y asumimos un desafío particular del presente. No desconocemos que desde lo universal, un agente externo carga con los errores y con las transgresiones hacia la purificación como lo hacía el Kohén Hagadol el día de Iom Kipur. Desde lo particular, argumentamos que somos capaces de mejorarnos en cada derrumbe y reparar lo dañado en pos de la santidad, como rezamos hoy día. En ambos sentidos, el propósito vigente es expiar para descubrir la pureza y la santidad en el mundo terrenal.

El filósofo judío Hermann Cohen, quien viviera en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, se anima a augurar el tiempo futuro en el que este propósito se ve materializado. Ese estado se logra en el momento en que el hombre sirve a un interés que no es particular. El ejercicio que sugiere es ofender al amor propio –es decir, a la dimensión de lo particular- para elevar las raíces individuales de los valores humanos, que representan el aspecto universal. Es decir, Cohen propone encontrar el componente universal de cada uno para responder al llamado divino de la santidad. Ese es el tiempo mesiánico, el llamado al monoteísmo y a identificar el “pathos divino” que Abraham J. Heschel, quien viviera en el siglo XX, describe en su obra Los profetas. La profecía no habla de futuro, previsión ni apatía de un D-s fijado en los detalles. Los profetas advierten acerca de la necesidad del contacto con la santidad, de recuperar el asombro y la simpatía para alcanzar la sensación del mysterium tremendum et fascinans, la reverencia que repele por su grandeza y que a su vez atrae por su santidad.

El estudio, interpretación y práctica de la Torá debe ser en tiempo eterno como la historia de Am Israel, pasado-presente-futuro. La profundidad de su mensaje y su ejecución, responde en tantas lenguas y saberes como latitudes que el upeblo supo deambular. El contacto con lo sagrado es la búsqueda –leshem ijud kudshá berij hu-, en aras de la unificación del Santo Bendito Sea. Más que detalles, es la experiencia. Más que la respuesta, es la búsqueda. Más que lo monolítico, es la evolución. Más que la apatía, es la fascinación.

¡Shabat Shalom!
Rab Ariel Sigal
Docente del Instituto de Formación Rabínica “A. J. Heschel”
Seminario Rabínico Latinoamericano

Fuente: https://www.seminariorabinico.org/parashat-ajarei-mot-04-05/

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