Comunidad Bet Hilel

Parashat Shemot

Por Nora J. Kors de Sapoznicoff

Y se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no había conocido a José” (Éxodo 1:8)

Algunos sabios discuten si el rey de Egipto, no “conoció” a Iosef, no supo de Iosef y lo que él había hecho por Egipto o no “reconoció” lo que Iosef hizo por Egipto o si es que sabía, pero cambió de postura frente a los hechos e intentó cambiar el relato.

Si consideramos esta última posibilidad, cosa que podía ser bien cierta, ya que los egipcios solían dejar testimonio de los hechos que les sucedían, el faraón debía conocer la historia, entonces, deberíamos plantearnos ¿Qué motivó al rey de Egipto a tomar tal actitud?

Tal vez quería borrar del recuerdo de los egipcios a Iosef, un hombre reconocido por todos, que los había salvado de su destrucción y les trajo bienestar. Tal vez el faraón estaba inseguro de sus capacidades y de su poder y prefirió quedar como el único responsable de la grandeza de Egipto. Entonces recurrió a cambiar el relato, a mentir, a sembrar la duda sobre los hebreos, descendientes de la familia de Iosef.

Iosef había traído prosperidad a los egipcios y su familia también prosperó. Esto, a su vez, contribuía al engrandecimiento de Egipto, ya que ellos aportaban con sus impuestos. Sus riquezas estaban en Egipto, lo mismo que su fuente de trabajo y todo lo que de ello deriva. Sin embargo, el faraón comienza a difamarlos y sembrar la duda sobre ellos y sus intenciones, trató de convencer a los suyos de que los hebreos podrían estar en su contra y buscar su destrucción. Crea un enemigo. Pero ¿Cuál es la lógica de este pensamiento? ¿Por qué habrían los hebreos de buscar la destrucción de Egipto si ellos y sus antepasados habían contribuido para su engrandecimiento? Ellos eran parte de ese reino y en ningún lugar aparece que tuvieran ninguna intención de hacer nada en su contra ni nada de aquello de lo que se los acusaba. Vivían y trabajaban tranquilos en esa tierra y, tal vez, por eso aceptaron sin decir nada el creciente maltrato al que fueron sometidos.

El faraón inicia por intentar deteriorar la imagen de ellos, siembra cizaña, crea temor, continúa sometiéndolos con tratos opresivos y violentos y, por último, pretende aniquilarlos.

El resultado: el mismo que con un discurso de odio y falsas acusaciones trató de borrar de la memoria a quien había traído grandeza a su pueblo, es el que lo hace pasar por terribles penurias y la más atroz de las calamidades. Fue el poder Divino el que, finalmente, le hizo pagar su iniquidad.

El faraón no hizo otra cosa que proyectar sobre los hebreos su propia ambición y deseo de poder absoluto, sin límites, acusándolos a ellos de sus propias intenciones. No le importó que con su actitud inflexible dañara duramente a su propio pueblo, estaba cegado por su codicia.

Esta historia me suena conocida ¿Cuántas veces pasamos por lo mismo?

La justicia llegó una y otra vez, pero ¿A qué costo? ¿Cuántos sufrieron? ¿Cuántos perecieron? ¿Cuánto se destruyó? ¿Cuánto se perdió para siempre?

Las historias no se repiten, pero se parecen mucho, porque siempre surge un nuevo “faraón” o alguien que pretende serlo. La Torá es sabia e intenta prevenirnos, pero somos humanos.

Ojalá que la lectura de esta Parashá nos inspire para entender que el valor de cada persona no mengua el valor de otra, que las falsas acusaciones sólo traen violencia, que la violencia sólo trae destrucción y que el crecimiento sólo se da si se trabaja dura y mancomunadamente para progresar.

Shabat shalom!

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