Comunidad Bet Hilel

Parashat Trumá: Santo por fuera y por dentro

Por Marta Kohan de Graizman

La Parashá de esta semana describe la construcción del Mishkán, el templo transportable que viajó con los judíos durante 40 años en el desierto y por 500 años después en la Tierra Prometida permaneciendo en Jerusalem.

Dice el versículo 25:8 “Harán un santuario para mí y yo moraré entre ellos”

La cuenta de la construcción del Tabernáculo alude a la Creación.

De hecho, los principio que guian los 39 trabajos prohibidos en Shabat (las 39 avot melajá) y las derivaciones de éstos, tienen relación con esto. Tanto en la Creación como en la construcción del Tabernáculo, el texto señala la finalización de la tarea “considerándose bueno”. Buber también habla de lenguajes paralelos.

El Mishkán es descripto como un proyecto muy popular. Su construcción fue una empresa cooperativa producto de los esfuerzos de todos los estratos de la sociedad. Los hombres trabajaban, las mujeres tejían y los artesanos crearon objetos rituales. De esta manera, con el dinero de las donaciones anónimas se daba dinero y trabajo a los más pobres para que no incurrieran en la caridad, estableciendo sumas fijas de donación. La Torá no dice “veitnú”: deberán dar, sino “veikjú” y “tomarán”, porque cuando se está dando ayuda, se está haciendo una devolución mayor que la suma que se entregó. Allí nos acercamos al bien absoluto y al perfeccionamiento oral escalando la rampa ascendente “que cita la parashá anterior, parashat Mishpatim”.

El Mishkán contenía siete tipos de sustancias: metales, hilados, pieles, madera, aceite, especies y piedras preciosas, lo que significa la totalidad de los suministros necesarios para su construcción. En su interior se encontraban entre otros elementos sagrados: el arca sagrada que contenía las tablas con los Mandamientos y el candelabro que sostenía 7 velas. La vestiduras sacaras de Aharón también eran 7.

El Arca era una caja de madera. En Éxodo: 25: 11, la Torá indica: “debes recubrir la madera con oro puro por dentro y por fuera”. La necesidad de cubrir el arca por fuera con oro resulta comprensible, para que se vea admirable y magistral. Pero ¿por qué recubrirla con oro por dentro?

El talmud, en Iomá 72b explica que la apariencia externa de una persona debe ser un delicado reflejo de su interior; hablando acerca de los sabios, vistos metafóricamente como los custodios de la Torá, debían , como el arca, ser puros por fuera y por dentro, evitando la hipocresía y practicando la sinceridad.

En hebreo, la palabra que se refiere a la cara es “panim”, y el interior es “bifnim”, lo que nos enseña que nuestro rostro, nuestra apariencia, debe reflejar nuestro interior.

Tomando lagunas consideraciones como ejemplo del rab. Shraga Simmons, refiriéndose a las leyes de cashrut, escribe que el cerdo es el único animal que posee la condición externa para ser casher (pezuña partida), pero no la condición interna, ser rumiante. Por lo tanto, representa todo lo que es en apariencia, por fuera casher, pero impuro por dentro.

En otras palabras lo que aparece detestado en la Torá es la hipocresía.

Siguiendo con las reflexiones acerca de relacionar los materiales con que se construyó el arca, ¿por qué debe ser hecha de madera? ¿Por qué no hacerla de una sola pieza de oro sólido? La respuesta es que adquirir pureza y sinceridad no es algo que se adquiere de inmediato, requiere de un proceso dinámico y constante.

El Talmud señala que el objetivo de la construcción del Mishkán no era solamente crear una casa para Dios, sino santificar un lugar especial para El entre las personas, convirtiendo nuestro lugar en un microcosmos, un refugio vivo de santidad.

Shabat Shalom

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