Comunidad Bet Hilel

Parashat Tazria Metzora

Esta semana leemos dos parashiot, porciones de la Torá, juntas, “Parashiot mejubarot”, Tazriá y Metzorá, que están íntimamente relacionadas entre sí y podrían considerarse como una unidad temática, ya que tratan de la impureza que surge de las personas, de los impuros, del fin de la impureza y la purificación.

La Torá hace una descripción muy detallada de afecciones cutáneas de distinto tipo, con diferente grado según la superficie abarcada, la profundidad y la zona del cuerpo. Esto puede, sin dudas, impresionar a más de un lector. Aun así, no debe interpretarse el texto como un tratado de medicina por varios motivos. Por un lado, se denomina con el mismo término, “Tzaraat”, a distintos tipos de lesiones, por otro, no se ofrece una cura, sino el tratamiento que se le dará a la persona que la padece, a quien se considera impura hasta el momento que se la vuelva a evaluar y se la declare pura. También se denominan tzaraat, a las alteraciones que aparecen en objetos como ropas, sean tejidos o cueros y hasta casas, sus paredes y sus piedras.

Tzaraat se suele traducir como lepra, pero claramente no se trata de la enfermedad tal como la comprendemos en nuestro tiempo.

En la época bíblica se interpretaba esta afección como consecuencia al incumplimiento de los preceptos divinos, por este motivo, para concluir con la purificación, se debían realizar ofrendas a D’s por el error -Jatat- y por la culpa -Asham-.

La declaración de impuro y puro, tanto de personas como de objetos, era exclusiva del Cohén.

Muchos asociaron al “Metzorá” -persona afectada de impureza (lepra) a “Motzí Rá”, que saca maldad de su ser, especialmente a quien incurre en “Lashón harrá” -maledicencias-, que habla mal del otro, critica y comenta con malas intenciones, especialmente a espaldas del otro, y encuentran justificación en el relato de la Torá cuando Miriam critica a Moshé a sus espaldas, D’s la castiga y aparece “Metzoraat” -leprosa- con su piel toda blanca como la nieve (Núm.12:1-10).

Si se hace una lectura literal del texto, todo parece muy lejano a nuestros días, a nuestras vidas, pero la Torá siempre nos habla a nosotros, sin importar la fecha ni el lugar.

Ya pasamos más de un año de pandemia, de aislamiento social preventivo, de cuarentena súper estricta y más laxa, y nos estamos enfrentando a la posibilidad de regresar a aislamientos más severos, entonces leemos estas parashiot, donde se prescribe el aislamiento de las personas, por una semana, por otra más y más, separar al impuro de su casa, del campamento. Leemos que el impuro vestirá ropas que lo diferencien de los demás, cubrirá su boca y declarará su impureza, para evitar que otros se le acerquen y se impurifiquen, se contagien.

No es correcto comparar esta pandemia con la descripción de Tzaraat -lepra- pero podemos comprender mejor la necesidad y la importancia de la identificación del Metzorá, del afectado y su aislamiento. Aunque no se trate de un manual de medicina, reconocemos la intención de evitar el contagio y proteger así al resto del pueblo, a cada persona, al santuario. La Torá insiste tanto en el aislamiento como en el lavado de aquel que estuvo en contacto con la impureza, también en el lavado de las ropas y los objetos y si no se puede asegurar su limpieza, como en el caso de objetos de barro, se deben romper y desechar.

Pero, ¿Cómo se relaciona el Metzorá con incurrir en lashón hará?

La relación es directa, las consecuencias pueden ser igualmente devastadoras y el tratamiento debe ser el mismo.

Cuando alguien comienza a hablar induciendo a quien lo escucha a un sentimiento negativo, esto puede llevar a conductas equivocadas y producir daños terribles e irreparables. Tenemos muchos ejemplos a lo largo de la historia, hace poco celebramos Purim y recordamos cómo Aman convenció  con habladurías maliciosas a Ajashverosh. Más cercano a nuestro tiempo, la propaganda Nazi. ¿Cuántas persecuciones a nuestro pueblo y a otros se originaron en alguien que comenzó a sembrar el odio a través de la palabra? Tristemente podremos encontrar infinidad de ejemplos.

Funciona igual que cualquier infección. Uno inicia con algo chiquito y se lo transmite a otro, así comienza a diseminarse y se torna incontrolable. La maledicencia es muy contagiosa y hay que ser muy cuidadosos de no ser su portador, de no ser vehículo de ese mal como lo es la saliva del virus.

¿Acaso no lo vivimos nosotros aquí? ¿De qué se trata “la grieta”?

La solución la encontramos en la Torá. Se debe identificar y aislar al “infectado”, al metzorá, no es que no se le de oportunidad de volver, pero debe demostrar su estado de pureza con hechos que se condigan con las palabras.

La palabra tiene una fuerza incalculable, puede sanar, puede abrazar y acariciar, puede construir, pero también puede herir, golpear, destruir y hasta matar. Es una herramienta y como tal, depende del uso que se le dé.

Por eso siempre leemos en el último párrafo de la Amidá: “Elohai, netzor leshoní merrá usfatai midaber mirmá” – “D’s mío, preserva mi lengua de la calumnia y mis labios de la mentira”-. Pero como en todas las cosas, no dejemos todo en Sus manos, hagamos nuestro esfuerzo por no contagiarnos y no contagiar.

Shabat Shalom! Nora J. Kors de Sapoznicoff

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