Comunidad Bet Hilel

Parashat Sheminí: Pobre chancho

Rab. Ioni Shalom

Las leyes de Kashrut tienen infinidad de detalles. Desde no mezclar determinadas carnes con leche (¿cuántas horas hay que esperar entre uno y otro?), las técnicas de purificación de los utensilios, la vajilla y un sinfín de minuciosidades.
Una de las leyes más conocidas es la que se refiere a la prohibición de la ingesta de determinados animales, como lo son los mariscos, las aves de rapiña, la mayoría de los insectos (¿saben cuál es el insecto que sí se puede comer?), etc. Pero hay un animal que se ha vuelto famoso por su condición de no Kasher: el cerdo, chancho, puerco, cochino, marrano o demás sinónimos. Incluso, más de una vez habrán escuchado una frase similar a “yo no como Kasher, pero eso sí: cerdo no como”.
¿Qué tiene de especial este pobre animal para ser tan discriminado? ¿Por qué se le ha hecho tan mala fama? Si viviera en la era Millenial, sin dudas este pobre cuadrúpedo de cola espiral estaría desesperado por conseguir followers (seguidores) y sus redes sociales estarían vacías. ¿Pero por qué es que nuestra tradición ha tenido tanta saña con este porcino animal?
Jacob Milgrom sostiene que las leyes de Kashrut forman parte de un sistema ético. ¿Pero es acaso poco ético comer cerdo? O dicho de otra manera, ¿aquella persona que ingiere jamón está siendo poco ética?
Hay dos explicaciones famosas respecto a esta prohibición. De acuerdo a las leyes de Kashrut, los animales terrestres permitidos deben cumplir con dos características: tener la pezuña partida y ser rumiantes. El cerdo cumple solo con una de ellas. Como si este animal estuviera mostrando sus patas con pezuña partida, diciendo “soy Kasher”, pero por dentro no lo es (ya que no es rumiante), el primer valor es sobre la honestidad. Con el tiempo, el cerdo se ha convertido en símbolo de hipocresía, queriendo mostrar una cosa por fuera y siendo otra por dentro. En este sentido, el Talmud (Brajot 28b), cuenta cómo Raban Gamliel ponía como requisito de admisión a su Yeshivá ser honestos y sinceros.
Por otro lado, RaMB´M (Maimonides o Moshé ben Maimón, Córdoba, al-Ándalus, 1138 – El Cairo, Egipto 1204) explica que no hay una cuestión intrínseca en relación a estas características. La carne del cerdo no es peor que la de cualquier otro animal. La Torá prohibió su ingesta ya que pasa su tiempo revolcándose en la basura y en la suciedad constantmente. Por tanto, el valor educativo está asociado a relacionarse con los asuntos, prácticas y discursos sucios. Al respecto, el Talmud (Brajot 25a) enseña sobre la boca del chancho, en alusión a las palabras y frases sucias que salen de la boca de las personas.
Tal vez sea por eso que la tradición judía hizo énfasis en la enseñanza moral del Kashrut en relación al cerdo: para evitar la hipocresía y para enseñar a cuidar nuestros labios y nuestras bocas. Para ser sinceros con los otros y con nosotros mismos y para ser conscientes del poder que tienen nuestras palabras.
En definitiva, el problema es ser chancho… no el animal, sino el hombre.

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