Comunidad Bet Hilel

Parashat Sheminí: preparándonos para Pésaj
Rab. Ioni Shalom

Parashat Sheminí traerá las bases de lo que será la dieta alimentaria de la Kashrut. Y si hay una fiesta que se caracteriza por el cuidado exhaustivo de los alimentos y su composición es sin dudas Pésaj. Sin embargo, la fiesta de la libertad no trata solo de comidas e ingredientes sino también de símbolos y acciones con profundos mensajes.

El Séder está repleto de elementos y costumbres que logran despertar la curiosidad. Cuando comenzamos, una de las primeras acciones (de hecho, la segunda) que llevamos adelante es el lavado de manos conocido como Urjatz, previo al Karpás. A diferencia de otros lavados tradicionales, éste lo hacemos sin recitar Brajá (bendición). Esto se debe a que la bendición se realiza únicamente cuando estamos a punto de consumir pan (leudado o ácimo). Pero si en esta ocasión todavía no vamos a comer pan, ¿por qué se realiza el lavado?

Antecedentes: El Séder de Pésaj tiene enormes coincidencias con el simposio greco-romano. Las cenas formales en la antigüedad solían ser de dos pasos: en el primero, explica Guggenheimer, se ubicaba a los invitados en una antesala para que se sienten en sillas y se le ofrecían unos aperitivos, en muchos casos de tortas y dulces. Esta costumbre también aparece en la Tosefta (junto con la Mishná, una de las grandes fuentes antológicas legales de la tradición oral rabínica). Allí se explica que en la antesala se les ofrecía a los invitados agua para lavar sus manos, junto con unos tentempiés y un poco de vino (Tosefta Berajot 4:8). Dado que no se podía ofrecer tortas por ser Pésaj, se reemplazaron por el Karpás, un aperitivo veggie. Luego pasaban al salón principal llamado triclinium donde se recostaban en unos sillones alrededor de mesas y recién allí recitaban el Kidush, el cual debe hacerse en el mismo lugar donde se realice la comida (Pesajim 101a). Por este motivo, el primer lavado no tiene mayores detalles Halájicos, sino que se supone más bien un lavado de manos (incluso una sola) por higiene, costumbre que ya era conocida en la antigua Grecia.

De la limpieza a la pureza:
La idea de purificación en el lavado de manos para el común de la gente no aparece en la Torá (para purificarse se acostumbraba a sumergir todo el cuerpo), sino que comienza con los rabinos (Eduiot 5:6, Pesajim 10:3). Algunos sostienen que fue establecido por el Rey Shlomó y que era costumbre exclusiva de los sacerdotes que tomaban la Trumá (una porción de comida designada exclusivamente para ellos). El Talmud es quien conecta el lavado de manos con la impureza en Pésaj, ya que se mojaban los alimentos (originalmente lechuga) en líquidos que podían transmitirla (Pesajim 115ª-b).

Por su parte, los místicos explican que el acto de lavarse las manos alude a un acto sublime. El agua es símbolo de influencia Divina que es vertida sobre las manos, el instrumento de acción y formación, purificándolas de toda mancha. Por lo tanto, este primer lavado tiene un nivel tan alto que no requiere bendición, pues alude a la influencia divina que irradia hacia abajo desde los Mundos Celestiales, por fuera del nivel del habla (Rab. Adin Steinsaltz).

Por último, podemos comprender el lavado de manos como un símbolo en sí mismo: mirar nuestras manos, pensar en qué hemos hecho a lo largo de este tiempo con ellas. Somos testigos de pandemias, de esclavitudes, de guerras y de derramamientos de sangre que traen pesar al mundo. Hay quienes se lavan las manos y no hacen nada al respecto. Pero existe otro lavado, el que purifica corazones, el que invita a repensar cómo vamos a accionar para traer más libertad y amor al mundo.

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